Durante la última semana, una de las discusiones entre el oficialismo,
parte del empresariado y los grandes medios de comunicación fue el
precio del paquete de un kilogramo de yerba que se llegó a pagar hasta
30 pesos en las góndolas de las principales ciudades de la Argentina.
Por un lado se habló de aplicar la ley de abastecimiento y del otro, apuntaban que la yerba estaba más barata en Miami.
Discusiones de mesas chicas donde se cocinan los negocios políticos y económicos. Y grandes pantallas que giran sobre esas polémicas entre minorías.
Sin embargo hay otra realidad, la más directa, la de los trabajadores que cosechan la yerba, identidad económica y ecológica de provincias como Misiones y Corrientes.
La vida de los tareferos de Montecarlo está oculta detrás de estas discusiones. No se la muestra. No se la quiere mostrar porque en esas existencias cotidianas están sintetizadas las mezquindades de gobernantes, empresarios y productores.
Apenas terminé quinto grado porque acompañaba a mi padre a la cosecha. No podía completar la escuela. Y eso mismo le pasa hoy a cientos y cientos de tareferos a los que les duele saber que sus hijos los tienen que acompañar para juntar la mayor cantidad de kilos posibles para que le paguen algo más o menos digno - dice Cristóbal Maidana, secretario general del sindicato de tareferos de esa localidad misionera.
Hay 15 mil hombres como Cristóbal.
Deben hacer un poncho, un raído de la yerba que incluye 100 kilos del oro verde, resorte de la economía regional desde los tiempos de los jesuitas y guaraníes. Pero para juntar tanto hacen falta las manos de los niños y, entonces, las escuelas quedan repletas de sombras.
Por cien kilos que juntamos nos pagan 24 pesos - dice Cristóbal que habla pausado, triste y firme.
24 pesos por cien kilos de yerba que esta semana se vendió a 30 pesos el paquete de un kilo.
Quiere decir que cada tarefero cobra 24 centavos por kilo.
Un símbolo de la historia argentina.
Porque la moneda de 25 centavos, esa que incluso queda grande para pagarle a esa careta que tiene la esclavitud en estos parajes bellísimos del país, tiene como dibujo el cabildo de Buenos Aires. La síntesis de la revolución. Aquella que deseaba conquistar en el trono de la vida cotidiana la noble igualdad.
Así de miserable es el salario de los tareferos. El mismo precio que la revolución devaluada según las cifras del tercer milenio. La moneda de 25 centavos, la que recuerda el sueño colectivo inconcluso de mayo de 1810, alcanza y sobra para pagar al tarefero.
La fuerza y capacidad del cosechero de yerba vale lo mismo que el símbolo de la revolución, 25 centavos.
Mientras tanto, las discusiones se hacen por el paquete que se vende en las góndolas.
No tenemos para comprarles libros ni zapatillas a nuestros hijos para llevarlos a la escuela. Pero vamos a seguir peleando. Porque no merecemos vivir así -dice Cristóbal, la voz de 15 mil trabajadores que ganan 24 centavos por kilo de yerba. Casi el mismo precio con el que cotiza el recuerdo de la revolución inconclusa.
Discusiones de mesas chicas donde se cocinan los negocios políticos y económicos. Y grandes pantallas que giran sobre esas polémicas entre minorías.
Sin embargo hay otra realidad, la más directa, la de los trabajadores que cosechan la yerba, identidad económica y ecológica de provincias como Misiones y Corrientes.
La vida de los tareferos de Montecarlo está oculta detrás de estas discusiones. No se la muestra. No se la quiere mostrar porque en esas existencias cotidianas están sintetizadas las mezquindades de gobernantes, empresarios y productores.
Apenas terminé quinto grado porque acompañaba a mi padre a la cosecha. No podía completar la escuela. Y eso mismo le pasa hoy a cientos y cientos de tareferos a los que les duele saber que sus hijos los tienen que acompañar para juntar la mayor cantidad de kilos posibles para que le paguen algo más o menos digno - dice Cristóbal Maidana, secretario general del sindicato de tareferos de esa localidad misionera.
Hay 15 mil hombres como Cristóbal.
Deben hacer un poncho, un raído de la yerba que incluye 100 kilos del oro verde, resorte de la economía regional desde los tiempos de los jesuitas y guaraníes. Pero para juntar tanto hacen falta las manos de los niños y, entonces, las escuelas quedan repletas de sombras.
Por cien kilos que juntamos nos pagan 24 pesos - dice Cristóbal que habla pausado, triste y firme.
24 pesos por cien kilos de yerba que esta semana se vendió a 30 pesos el paquete de un kilo.
Quiere decir que cada tarefero cobra 24 centavos por kilo.
Un símbolo de la historia argentina.
Porque la moneda de 25 centavos, esa que incluso queda grande para pagarle a esa careta que tiene la esclavitud en estos parajes bellísimos del país, tiene como dibujo el cabildo de Buenos Aires. La síntesis de la revolución. Aquella que deseaba conquistar en el trono de la vida cotidiana la noble igualdad.
Así de miserable es el salario de los tareferos. El mismo precio que la revolución devaluada según las cifras del tercer milenio. La moneda de 25 centavos, la que recuerda el sueño colectivo inconcluso de mayo de 1810, alcanza y sobra para pagar al tarefero.
La fuerza y capacidad del cosechero de yerba vale lo mismo que el símbolo de la revolución, 25 centavos.
Mientras tanto, las discusiones se hacen por el paquete que se vende en las góndolas.
No tenemos para comprarles libros ni zapatillas a nuestros hijos para llevarlos a la escuela. Pero vamos a seguir peleando. Porque no merecemos vivir así -dice Cristóbal, la voz de 15 mil trabajadores que ganan 24 centavos por kilo de yerba. Casi el mismo precio con el que cotiza el recuerdo de la revolución inconclusa.
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